¿Qué quieren los obreros? Una tímida aproximación a la Escucha Profunda.
…Hoy estamos anegados en palabras inútiles, en cantidades ingentes de palabras y de imágenes. La estupidez nunca es muda ni ciega. El problema no consiste en conseguir que la gente se exprese, sino en poner a su disposición vacuolas de soledad y de silencio a partir de las cuales podrían tener algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresarnos. ¡Qué tranquilidad supondría no tener nada que decir, tener derecho a no tener nada que decir, pues tal es la condición para que se configure algo raro o enrarecido que merezca la pena ser dicho!
Conversaciones, Deleuze.
La Escucha Profunda es “escuchar de todas las maneras posibles todo lo que sea posible escuchar, independientemente de lo que estés haciendo. Esa escucha intensa incluye los sonidos de la vida diaria, de la naturaleza, de los propios pensamientos, así como sonidos musicales”, definía Oliveros.
La compositora distinguía entre escuchar y oír. “Oír es el medio físico que permite la percepción. Escuchar es prestar atención a lo que es percibido tanto acústica como psicológicamente”.
La meta y la recompensa de la Escucha Profunda era una sensación potenciada de receptividad y un cambio de nuestra formación cultural habitual, que nos enseña a analizar rápidamente y a juzgar más que simplemente a observar.
Cuando tuve conocimiento de la Escucha Profunda me di cuenta de que, inconscientemente, yo ya llevaba un tiempo practicándola aunque solo en el contexto de la observación de aves. De hecho, siempre me ha resultado gracioso que esa actividad se la llame así, porque más de la mitad del tiempo una está escuchando las aves, no observándolas. Se la podría rebautizar “darse cuenta de las aves”.
Lo que la actividad tiene en común con la Escucha Profunda es que para observar pájaros no hace falta que hagamos prácticamente nada, casi literalmente. Observar aves es lo contrario de buscar algo en internet. Los pájaros no se pueden buscar; no se trata de que un pájaro salga y se te identifique. Lo máximo que puedes hacer es caminar en silencio y esperar a oír algo, y entonces te quedas inmóvil debajo de un árbol usando tus sentidos animales para determinar dónde está y qué es. Lo que a mí me asombraba y me empequeñecía de observar aves era el cambio que producía en la granularidad de mi percepción, que había sido de bastante “baja resolución”.
La diversificacíon de lo que hasta cierto mometno eran simplemente “sonidos de aves”, que pasan a convertirse en sonidos discretos que significan algo para mí, es algo que solo puedo comparar con el momento en el que me di cuenta de que mi madre hablaba tres lenguas, no dos.
Ese tipo de descubrimiento embarazoso en el que algo que creías que era una sola cosa es, en realidad, dos cosas y en que cada una de esas cosas es en realidad, diez cosas, parece tener que ver con la duración y la calidad de la atención de cada quien.
Soy un ser humano artista, psicóloga, observadora y defensora de animales no humanos (desde perros a insectos de la Amazonia peruana), deseosa de proteger espacio en la Tierra y que más especies podamos entrar en el espacio seguro del Refugio (por cierto, nombre de una de mis obras) me topo con la pregunta de cuán privilegiada es esta posición. Se puede entender la práctica de no hacer nada como un lujo autoindulgente, o confundir el autocuidado con comprar caros aceites esenciales.
Pero creo que existe un derecho a no hacer nada, que Deleuze menciona y el hecho de que se le niegue a mucha gente, o el hecho de que nos lo neguemos en muchos momentos a nosotras mismas (para ironía de la lectora, estoy con COVID mientras escribo estas líneas), no por eso se convierte en un derecho menos importante.
Pensemos en la conquista de los Derechos Humanos o de los derechos de los trabajadores. Ya desde 1886 existían revueltas en Estados Unidos reclamando los obreros “ocho horas de trabajo, ocho para el descanso y ocho para lo que queramos”.
Queremos cambiar las cosas,
estamos muy cansados
de trabajar por nada,
para sobrevivir a duras penas:
sin tiempo para pensar.
Queremos que nos de el sol,
queremos oler las flores,
sabemos que Dios lo quiere
y por eso pretendemos
ocho horas para trabajar.
Unamos nuestras fuerzas
en tiendas y en talleres
también en astilleros:
trabaja ocho horas
descansa otras ocho
y otras ocho haz lo que quieras.
Y con una ternura inmensa señalo que en hacer lo que quieras, se referían a descansar, pensar, flores, sol…Actividades corporales.
De hecho, cuando Samuel Gompers pronunció el discurso “¿Qué quieren los obreros?”
La respuesta fue “Quieren la tierra y todo lo que hay en ella”.
Acerina Amador