Si hay algo que pueda definir la singularidad creativa de María Pagés es, sin duda alguna, su arraigado sentido ético de la cultura. María crea porque está convencida de que el arte lleva en su esencia y en la emoción que lo produce, un profundo compromiso con la vida y con la memoria cultural orgánica de nuestra mejor humanidad, poliédrica e integradora de la singularidad del Yo y de la diversidad del Nosotros.
Para esta artista sevillana de nacimiento y de educación sentimental, madrileña por vocación e iconoclasta por naturaleza, que ha hecho de la danza y del flamenco su patria poética, la contemporaneidad es la tradición en movimiento y el dinamismo vitalista de nuestros lenguajes e ideas. Su patrimonio coréutico en devenir reside en una innegable aportación creativa y estética a la danza española, que emana de su serenidad al hablar sin complejos con todos los lenguajes estéticos y hacer que acojan la hospitalidad mítica del flamenco.
Utilizando los códigos fundamentales del flamenco e investigando dentro y fuera del mismo, María Pagés ha demostrado ser una pionera en el entendimiento de éste como un arte en mutación permanente, que es contemporáneo, vivo, generoso y hospitalario de sus profundas raíces españolas. Ha conseguido superar en sus coreografías los estereotipos y diferencias culturales, porque considera que el diálogo entre los lenguajes artísticos favorece una mayor comprensión de la verdad sistémica del arte y de la constante dialéctica que comunica la tradición y la contemporaneidad. La danza para María Pagés es una permanente introspección en el devenir.
Desde la contemplación crítica necesita ubicarse, pero no desollarse; verse con serenidad y valentía como lo que es, una mujer, un ser humano bello por su humanidad imperfecta. Su labor ética y creativa la ha llevado siempre a transformar las asimetrías en una fuente de belleza y de emoción. ¿No es ésa la tarea fundamental del arte? Desde su sensibilidad matemática, construye sus coreografías en torno a la música que engloba desde los ritmos de Vivaldi, Händel hasta John Lennon, John Cage, Stravinski y Paco de Lucía y a una poesía plural que acoge con la misma sensibilidad a Sor Juana Inés de la Cruz y Machado, a Baudelaire y Benedetti, a Lorca, San Juan de la Cruz y Miguel Hernández, a Fray Luis de León, Jalal-Eddine Rumi y José Saramago.
Discurriendo por las ideas de Platón, Octavio Paz, Heidegger, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, la poesía constituye la esencia de la dramaturgia del descubrimiento del Yo enfrentado a su propia naturaleza, edificada a fuerza de sombras y una tenue luz, que hace posible que en cada creación pagesiana podamos vislumbrar una línea tenue de la felicidad y buscarla indefinidamente.

De Sheherezade empieza cuando termina el cuento de Las mil y una noches y recoge las inquietudes y vivencias de una mujer que se libra de la muerte contando historias a un hombre mordido por la incertidumbre. Su dominio del relato le permite recuperar su destino. Con la palabra, por consiguiente, consigue salvar la humanidad de una extinción segura.
Una pasión por la inteligencia en un tiempo suspendido. ¿Cómo contar mil y una noches en doce coreografías? La acción se desarrolla en el tiempo suspendido en la espera de la muerte y la salvación. No existe reloj capaz de medir esta temporalidad de agua. Estamos en el corazón del imperio de las emociones y el imaginario.
¿Dónde ocurre este relato? En el desierto. El desierto posee una autoridad cósmica indudable. A través de la exploración del placer nietzscheano en su relación con él, el palacio en su figuración oriental puede adoptar la fuerza de una naturaleza liberadora. Palacio y desierto desembocan en el río del deseo, el hilo que teje todos los relatos y todas las búsquedas posibles. Palacio y desierto, territorios ambivalentes y contradictorios ambos, pueden constituir también la oportunidad para resolver todas las contradicciones.
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